En una época en la que se pone en duda la permanencia del papel y en la que Internet lo invade todo, es lógico que al abrir el buzón y encontrarnos con un montón de catálogos sin sentido nos preguntemos cómo en plena era digital podemos seguir consumiendo tal cantidad de folletos publicitarios. Sin embargo, cuando entramos en un bar y vemos un flyer con una estética icónica y vanguardista, o un flyer anunciando el próximo concierto o acudimos a una feria o evento y vemos un diseño arriesgado e impactante, no podemos evitar cogerlo e incluso utilizarlo como elemento de decoración o pieza de museo en nuestro álbum de recuerdos. ¿Qué ha funcionado en uno de los casos y fracasado en otro? ¿Por qué en una situación el mismo objeto nos produce rechazo y en otra admiración o interés?

El flyer o volante publicitario sigue siendo una herramienta de promoción super potente y una excelente estrategia de marketing siempre y cuando forme parte de un plan global de comunicación, se marquen unos objetivos claros y se utilicen las herramientas adecuadas. En el segundo escenario, no sólo se ha cuidado el mensaje, el diseño y el uso de los materiales, sino que además en todo momento se ha tenido presente la finalidad, el público objetivo y, sobre todo, el lugar estratégico donde se va a repartir esa publicidad